lunes, 8 de octubre de 2012

Como velas encendidas

Hoy, haciendo un inciso, tengo un pequeño aporte de un amigo, Lait, que de vez en cuando compartirá con nosotros algunas de sus palabras.

Recorrí profundos y calurosos desiertos, oscuros y largos bosques donde el sol se olvidó de iluminar y nadé por infinitos océanos donde los tiburones blancos eran las mascotas mas inofensivas y cariñosas. Pero ella no apareció. Derroté al feroz dragón que custodiaba su torre. Pero al final de las interminables escaleras, en su habitación, solo había una nota, “Vuelvo en cinco minutos”  decía. Tras día y medio de espera me retiré y puse rumbo de vuelta a mi hogar. Pues ella no apareció.

¿Dónde se había metido? Yo le amaba, y ella... ¡Ella dijo que me amaba! Pero... ¿Amar?¿Qué es amar? La echaba de menos. Echaba de menos la felicidad que me descargaba con un simple beso (y por no hablar de sus calurosos abrazos). Pero... ¿Eso es amar? No estoy seguro. Ella era preciosa y buena conmigo. Pero en el momento que le dije “Te quiero”, ella me preguntó “¿Para qué?”. Yo me quedé sin habla. ¿Para qué?¿Cómo que para qué?...Pues...No lo se. Le quería, creo, y no sé para qué.

Antes éramos niños, y ahora nuestras vidas se consumen como velas encendidas. Ella me enseñó a amar. Yo era su discípulo, o su manzano, como ella solía llamarme. La echaba de menos. Quería besarla.

Se podía percibir mi tristeza a kilómetros, pues, en el camino de vuelta a casa, los tiburones se olvidaron de mi presencia, el bosque trazó un sendero solo para mi comodidad y el desierto desapareció y en su lugar hubo un cielo azul por el que yo pude volar junto a las palomas.

¡Maldita la hora en la que me fui de casa!

Mi hogar seguía igual de pobre y mal cuidado como de costumbre. La única diferencia es que reinaba el silencio. Papá no estaba cortando leña, mamá no había guisado su deliciosa comida. Y mi hermano no corría de aquí para allá como siempre hacía.

Una cabeza se asomó por una de las ventanas y, poco después, apareció mi madre bendiciendo mi llegada. Solo me dio una noticia: mi padre se estaba muriendo. “No me dejes tú también”  pensé.

Recordé el momento en el que mi chica me dijo que no nos separaría ni la muerte. ¿Tanto la quería? ¿Porqué pensaba en ella en estos momentos?

Pasaron los días y mi padre solo empeoraba. Ya había perdido la memoria. ¡Que suerte! Ojalá yo pudiera olvidarme de ella. Pero..¿La amaba? ¿Para qué?

Poco después mi padre falleció y tuve la pequeña esperanza de poder verla en su entierro. ¡Esto era ya una obsesión! Seguramente la amara.

En el entierro no apareció. No me importó, pues perdí a mi verdadero maestro, mi padre. Lloré durante toda la ceremonia, ya cuando el nicho fue sellado, mis fuerzas se agotaron y caí al suelo de la impotencia que sentía en el cuerpo. El epitafio de la tumba inferior a mi padre destacaba por sus pequeñas y amontonadas letras grabadas en el mármol. La curiosidad llamó mi atención. Leí la siguiente escritura en el:

“PARA MI MANZANO”

“Salí en tu búsqueda. Pero no te encontré. Ya se para qué me quisiste: para hacerme feliz”


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