Hoy, haciendo un inciso, tengo un pequeño aporte de un amigo, Lait, que de vez en cuando compartirá con nosotros algunas de sus palabras.
Recorrí profundos y calurosos desiertos, oscuros y largos bosques
donde el sol se olvidó de iluminar y nadé por infinitos océanos donde los
tiburones blancos eran las mascotas mas inofensivas y cariñosas. Pero ella no
apareció. Derroté al feroz dragón que custodiaba su torre. Pero al final de las
interminables escaleras, en su habitación, solo había una nota, “Vuelvo en
cinco minutos” decía. Tras día y
medio de espera me retiré y puse rumbo de vuelta a mi hogar. Pues ella no
apareció.
¿Dónde se había metido? Yo le amaba, y ella... ¡Ella dijo que me
amaba! Pero... ¿Amar?¿Qué es amar? La echaba de menos. Echaba de menos la
felicidad que me descargaba con un simple beso (y por no hablar de sus
calurosos abrazos). Pero... ¿Eso es amar? No estoy seguro. Ella era preciosa y
buena conmigo. Pero en el momento que le dije “Te quiero”, ella me
preguntó “¿Para qué?”. Yo me quedé sin habla. ¿Para qué?¿Cómo que para
qué?...Pues...No lo se. Le quería, creo, y no sé para qué.
Antes éramos niños, y ahora nuestras vidas se consumen como velas
encendidas. Ella me enseñó a amar. Yo era su discípulo, o su manzano, como ella
solía llamarme. La echaba de menos. Quería besarla.
Se podía percibir mi tristeza a kilómetros, pues, en el camino de
vuelta a casa, los tiburones se olvidaron de mi presencia, el bosque trazó un
sendero solo para mi comodidad y el desierto desapareció y en su lugar hubo un
cielo azul por el que yo pude volar junto a las palomas.
¡Maldita la hora en la que me fui de casa!
Mi hogar seguía igual de pobre y mal cuidado como de costumbre. La
única diferencia es que reinaba el silencio. Papá no estaba cortando leña, mamá
no había guisado su deliciosa comida. Y mi hermano no corría de aquí para allá
como siempre hacía.
Una cabeza se asomó por una de las ventanas y, poco después, apareció
mi madre bendiciendo mi llegada. Solo me dio una noticia: mi padre se estaba
muriendo. “No me dejes tú también” pensé.
Recordé el momento en el que mi chica me dijo que no nos separaría
ni la muerte. ¿Tanto la quería? ¿Porqué pensaba en ella en estos momentos?
Pasaron los días y mi padre solo empeoraba. Ya había perdido la
memoria. ¡Que suerte! Ojalá yo pudiera olvidarme de ella. Pero..¿La amaba?
¿Para qué?
Poco después mi padre falleció y tuve la pequeña esperanza de
poder verla en su entierro. ¡Esto era ya una obsesión! Seguramente la amara.
En el entierro no apareció. No me importó, pues perdí a mi
verdadero maestro, mi padre. Lloré durante toda la ceremonia, ya cuando el
nicho fue sellado, mis fuerzas se agotaron y caí al suelo de la impotencia que
sentía en el cuerpo. El epitafio de la tumba inferior a mi padre destacaba por
sus pequeñas y amontonadas letras grabadas en el mármol. La curiosidad llamó mi
atención. Leí la siguiente escritura en el:
“PARA MI MANZANO”
“Salí en tu búsqueda. Pero no te encontré. Ya se para qué me
quisiste: para hacerme feliz”
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