No hacía más de tres horas que había estado con ella. El
tiempo de coger el tren, volver a casa y cenar. Parecía increíble.
Hoy la había visto más animada que de normal. El día
iluminaba mucho la habitación dándole más vida y color a todo. Supongo que eso
ayudaba a ser más positivo. Hacía meses que no la veía mostrar ningún tipo de
expresión, desde que estaba acostada su máxima expresión era la de abrir la
boca cuando algo tocaba sus labios por el instinto de comer. La vitalidad de
sus ojos también había desaparecido. Sus ojos ya no brillaban, era como si
estuvieran totalmente secos y día a día se iban haciendo más pequeños y
hundidos. Al mismo tiempo que se deterioraban sus capacidades, se deterioraban
sus huesos, su musculatura y su piel.
Hacía ya años que esta mujer había dejado de ser lo que era.
Había pasado de ser una persona totalmente alegre, llena de energía y con
muchas ganas de divertirse y vivir; a ser una persona triste, sin ganas de
moverse, esperando a que llegue la muerte. Ella jamás hubiera pensado en esa
palabra, “muerte”, jamás la había oído salir de su boca. Si la pensaba se la
guardaba para sí misma y regalaba una sonrisa al mundo. Cuando enfermó decía
que quería morir y se preguntaba por qué seguía viva. Nunca he llegado a saber
si era consciente de su estado psicológico, pero muchas veces, durante los
primeros años, me dio a entender que sí.
Fueron doce años bastante intensos, años cargados de
sobresaltos, de miedos, de cambios de carácter, de desestabilidad... Años que
dejan a los de alrededor muy marcados.
Si os digo la verdad, nunca supe quién era su familia, nunca
vi ninguna persona visitándola, ni ella mencionó a nadie. Decía que yo era su
única familia y que ella solo necesitaba que yo fuera a verla. Era una persona
muy extraña, una persona que había dedicado toda su juventud a ayudar a los
demás y que en su vejez, cuando yo la conocí, no hablaba con nadie. Siempre que
pienso en ella recuerdo nuestra primera conversación:
-Hola. – La saludé. Nunca había hablado con ella, pero ese día
me habían mandado en la escuela que trajera una historia que me hubieran
contado mis abuelos y como yo no tenía decidí acudir a la señora del porche,
así era comúnmente conocida entre el vecindario.- ¿Podría contarme alguna
historia para un trabajo del cole?
-¿Una historia?
-Sí, lo que sea, sea real o un cuento, me da igual, algo que
haga como que me lo ha contado mi abuela.
-Bueno, podría hacerlo pero con una condición.
-Dime.
- Solo te la contaré si de verdad me vas a escuchar, si sólo
es para cumplir con tus deberes, ve y busca Eliana, ella te contará algo
encantada.
Su respuesta no fue del todo como esperaba, tal vez un poco
brusca para una niña de 6 años, pero esta frase despertó mi interés en esa
mujer, Eugenia, la señora del porche.
Por ahora esta ha sido la entrada que más me ha gustado de tu blog. Aunque siempre se puedan mejorar muchas cosas creo que hasta ahora es la más natural que has escrito. Intrigado por leer la segunda parte.
ResponderEliminarGracias. Esta es diferente al resto porque las otras son más antiguas. Esto lo estoy escribiendo ahora y todo lo que suba de ahora en adelante será escrito más o menos al día. El resto de cosas eran de hacía años.
ResponderEliminar