domingo, 30 de septiembre de 2012

La señora del porche. (Parte 1)


No hacía más de tres horas que había estado con ella. El tiempo de coger el tren, volver a casa y cenar. Parecía increíble.
Hoy la había visto más animada que de normal. El día iluminaba mucho la habitación dándole más vida y color a todo. Supongo que eso ayudaba a ser más positivo. Hacía meses que no la veía mostrar ningún tipo de expresión, desde que estaba acostada su máxima expresión era la de abrir la boca cuando algo tocaba sus labios por el instinto de comer. La vitalidad de sus ojos también había desaparecido. Sus ojos ya no brillaban, era como si estuvieran totalmente secos y día a día se iban haciendo más pequeños y hundidos. Al mismo tiempo que se deterioraban sus capacidades, se deterioraban sus huesos, su musculatura y su piel.
Hacía ya años que esta mujer había dejado de ser lo que era. Había pasado de ser una persona totalmente alegre, llena de energía y con muchas ganas de divertirse y vivir; a ser una persona triste, sin ganas de moverse, esperando a que llegue la muerte. Ella jamás hubiera pensado en esa palabra, “muerte”, jamás la había oído salir de su boca. Si la pensaba se la guardaba para sí misma y regalaba una sonrisa al mundo. Cuando enfermó decía que quería morir y se preguntaba por qué seguía viva. Nunca he llegado a saber si era consciente de su estado psicológico, pero muchas veces, durante los primeros años, me dio a entender que sí.
Fueron doce años bastante intensos, años cargados de sobresaltos, de miedos, de cambios de carácter, de desestabilidad... Años que dejan a los de alrededor muy marcados.
Si os digo la verdad, nunca supe quién era su familia, nunca vi ninguna persona visitándola, ni ella mencionó a nadie. Decía que yo era su única familia y que ella solo necesitaba que yo fuera a verla. Era una persona muy extraña, una persona que había dedicado toda su juventud a ayudar a los demás y que en su vejez, cuando yo la conocí, no hablaba con nadie. Siempre que pienso en ella recuerdo nuestra primera conversación:
-Hola. – La saludé. Nunca había hablado con ella, pero ese día me habían mandado en la escuela que trajera una historia que me hubieran contado mis abuelos y como yo no tenía decidí acudir a la señora del porche, así era comúnmente conocida entre el vecindario.- ¿Podría contarme alguna historia para un trabajo del cole?
-¿Una historia?
-Sí, lo que sea, sea real o un cuento, me da igual, algo que haga como que me lo ha contado mi abuela.
-Bueno, podría hacerlo pero con una condición.
-Dime.
- Solo te la contaré si de verdad me vas a escuchar, si sólo es para cumplir con tus deberes, ve y busca Eliana, ella te contará algo encantada.
Su respuesta no fue del todo como esperaba, tal vez un poco brusca para una niña de 6 años, pero esta frase despertó mi interés en esa mujer, Eugenia, la señora del porche.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Vejez

¿Cómo se puede querer tanto a una persona que no conoces? Una persona que sabes que no es ella realmente, una persona que perdió su capacidad de ser persona.

No sé bien como definirlo, no sé bien cómo explicar lo que esta enfermedad hace en las personas, pero todo lo que he vivido durante mi vida me hace pensar que la medicina la cagó mucho al intentar alargar la esperanza de vida de las personas, porque nuestro cerebro no avanzó al mismo ritmo que la ciencia y ahora vienen los efectos secundarios y esta enfermedad, por llamarlo de alguna forma, no es una enfermedad es simplemente vejez.

Las residencias de ancianos están llenas a rebosar de gente con dicha enfermedad, con gente que ha perdido completamente sus capacidades, pero ya no las físicas, si no las mentales. Gente que desaprende en vez de aprender, gente que lleva el camino de ser un bebé no un anciano. ¿Es justo que estas personas tengan que vivir esa situación? es más ¿es justo que sus familiares, que son los que más la sufren, tengan que pasar por aquí? Yo creo que no, creo que debemos hacer algo, aunque no sé bien qué.

Sé que no existe la cura para esta situación, sé que por el momento no hay tan siquiera una forma de prevenirla, pero creo que, ya que los que más sufren durante esta enfermedad son los que están alrededor del enfermo, se debería buscar la forma de hacer este tramo de la vida más soportable para todos y por el momento no vamos por buen camino. Nos quitan las ayudas, cuando no es muy complicado saber que una persona así necesita cuidados que en casa una persona sola, que tiene que sacar su casa adelante, que tiene a sus hijos y toda su vida, no puede darle. Se necesitan maquinas especiales para moverlas, también que la casa esté acondicionada para una silla de ruedas, que haya un entretenimiento para ellos, que se estimulen las pocas capacidades que van conservando... y todo esto, no vamos a engañar a nadie, en casa es muy difícil poder ofrecerlo. Sin ayudas económicas la mayoría de familias no pueden pagar una persona que les ayude a mantener en buenas condiciones a los ancianos y las residencias, tanto si es centro de día o para estar siempre allí, valen mucho dinero. ¿De dónde pretenden que consigamos todo ese dinero? ¿Qué pretenden, que los dejemos abandonados en cualquier lugar o qué los tengamos en casa, llagados, tumbados en una cama, esperando a que se consuman por completo? No lo entiendo.

Volviendo al tema de antes, a la pregunta mencionada en el primer párrafo. Sé que muchas de las personas que han pasado por esta misma situación no piensan como yo. Sé que muchas piensan que esas personas, al perder sus capacidades y con ellas su carácter, su voluntad y raciocinio, dejan de ser las personas que eran y por tanto, la gente deja de verlas cómo tales y pasan a verlas como simples cuerpos y las descuidan.

En mi caso, no hay más que ese cuerpo, para mi, esa persona es solo ese cuerpo, porque no he conocido su mente, pero sí recuerdo como ha ido evolucionando, recuerdo cuando aún hablaba y me contaba historias sin sentido, recuerdo cuando aún recordaba canciones y las cantaba conmigo, recuerdo jugar al parchís con ella y que aún supiera contar, recuerdo intentar enseñarla a escribir pensando que algún día aprendería y sé que de esa persona que yo ya no conocí, ahora no queda nada más que un cuerpo tumbado en una cama consumiéndose, pero eso no hace que deje de ser mi abuela. Aunque no la conozca la quiero mucho, quiero a ese cuerpo, porque para mí ese cuerpo es toda ella, porque no he visto otra. Verlo todo de esta manera, al no tener la oportunidad de comparar, me ha hecho darme cuenta de que estos ancianos no merecen ser dejados de lado. Entrar a un centro de ancianos y ver las mismas caras día tras día, sin nadie a su lado, caras que te miran pidiendo un poco de atención, que quieren que les hables o simplemente que les sonrías, con una simple sonrisa ellos ya son felices, aunque instantes después ya no lo recuerden, para mí, es muy gratificante darles ese momento de felicidad. Pero lo más gratificante es que una persona con la que has compartido toda tu vida, cuándo te vea se ponga a llorar y estire los brazos intentando alcanzarte, más aún cuando esa persona no sabe quién eres, pero sabe que vas a verla, sabe que la aprecias y sabe que formas parte de ella, esos momentos valen millones.

La entrada de hoy, variando un poco la forma de funcionar del blog, va dedicada a todas esas personas que viven esta situación. Ánimo.






martes, 18 de septiembre de 2012

Señales Indefinidas (2/2)


17/07/2011
Ya ha pasado un año desde que escribí las dos páginas anteriores y bueno sigo viviendo en casa de mis abuelos. Creo que me quedaré aquí al menos hasta acabar mis estudios. Pero como bien dije en las últimas líneas, quería volver a verla y volví.
Las cosas no salieron como planeaba y tuve que esperar otro mes más para conseguir el dinero suficiente para poder marcharme un fin de semana a mi pueblo, pero lo conseguí y aquel viernes 25/12/2010 cogí el primer tren que se detenía a escasos metros de mi casa. En cuanto el tren paró, corrí hacía mi portal. Abrí. La casa tenía ese olor a abandono que adquieren las casas al estar mucho tiempo deshabitadas. Dejé las maletas en la puerta, cogí las llaves y corrí hacia su casa y allí, en su portal, sentada como cuando éramos niños, estaba ella. Se levantó y le di un fuerte abrazo.
Ella me dijo que tenía que presentarme a alguien que había conocido hacía unos años, después de que yo me fuera. Yo acepté de inmediato y fuimos a buscarla.
-¡Hola!-dijo mi amiga, totalmente llena de alegría a la otra chica.
Fue un momento para mí indiferente, hasta que su amiga me miró y dijo:
-No hace falta que me la presentes, sé perfectamente quien es- y ese fue el instante mágico, justo cuando saltó a mis brazos, ese instante en el que supe que era ella la persona que siempre había estado buscando, la había encontrado.
Estuvimos un rato en su casa charrando y me pusieron al día en todo lo sucedido durante tantos años, yo también les conté todas mis novedades y después mi amiga y yo nos fuimos a cenar a su casa.
-¿Qué quiere decir la cara con la que miras a Alice?- dijo mientras comíamos el último trozo de pizza.
-¿Yo? ¿Qué cara?
-Venga, no disimules, habrá pasado mucho tiempo, pero te sigo conociendo igual.
-Entonces no hace falta que diga nada.- dije yo muy sonrojada.
-Está bien, me lo tomaré como un “estás en lo cierto”.
-Oye, vamos a mi casa, tengo algo para ti en mi maleta.
Durante el camino hasta mi casa le conté lo que había sentido al abrazar a aquella muchacha y ella emocionada de ver lo que le contaba, reía sin parar.
-Toma, aquí está, tal y como me la dejaste, mi tesoro más preciado.
-Antes de cogerla, tengo que preguntarte algo.
-Adelante.
-¿Té volverás a marchar?
-Sí, el lunes por la mañana tengo que estar allí.
-Entonces quédatela.
-No, esta vez tengo otros planes. Tú vienes conmigo.
-Pero, no tengo dinero, lo sabes perfectamente, si no, ya hubiera ido yo a buscarte.
-Todo está controlado, yo te pagaré el viaje y allí ya tengo un trabajo para ti. Podremos vivir bien y no tener que volvernos a separar.
-¿De verdad?-No podía creer mis palabras y aunque sus preguntas eran constantes, me demostró que me creía al coger de nuevo su pulsera.
El domingo por la tarde, cogimos el último tren hacía el pueblo de mis abuelos y marchamos a empezar una vida juntas, de nuevo. Y desde aquella noche ya ha pasado mucho tiempo y las cosas siguen perfectas entre nosotras, pero hay algo que jamás me deja estar del todo tranquila. Nunca fui capaz de olvidar ese instante, ese abrazo, esa energía y esa felicidad que sentí al abrazarla, y por supuesto sabía que nunca nadie conseguiría hacerme sentir lo mismo. 

jueves, 13 de septiembre de 2012

Señales indefinidas. (1/2)


18.11.10
Como no sé muy bien cómo puedo empezar esta historia, empezaré por hablar un poco de mí y de mi vida, no es demasiado interesante  pero les ayudará a comprender la historia que quiero relatar más adelante.
Con el fallecimiento de mis padres hace unos 5 años, cuando yo solo tenía 15, mi vida empezó a cambiar. De la noche a la mañana tuve que marcharme de mi pueblo para ir a vivir con mis abuelos. No tuve tiempo de despedirme de nadie, tan siquiera de decir que me marchaba.
Durante las 3 semanas que viví con mis abuelos, lo único que hice fue estar encerrado en mi habitación sin hablar con nadie. Ellos tampoco se esforzaban mucho, dado a que esa era la segunda vez que me veían desde mi nacimiento.
Después de esas semanas, una tarde mi abuelo entró a mi habitación y tuvimos un pequeña charla en la que puede mostrar mi desacuerdo con el haberme obligado a marchar, y aunque no me lo esperaba para nada, fue capaz de comprenderme.
Una semana después de esa tarde con mi abuelo, me encontraba en el coche de vuelta a mi antiguo hogar. Al llegar a la puerta de mi casa vi que había alguien en el portal. Era ella, la chica con la que había pasado toda mi vida. Una amiga que jamás me había fallado y que a pesar de todo ahí estaba.
-Hola..- dije preocupado por si estaba enfadada.
-Hola, sabía que volverías.
-Lo siento, no sabía que iba a marcharme y por eso no avisé.
-Lo sé, tus abuelos no te dijeron nada, no te dieron tiempo. Tranquila está todo bien.
-Gracias, ¿Qué haces aquí?.
-Vengo todos los días desde que marchaste. Sabía que volverías.
No hicieron falta más palabras, guardé mis cosas y pasamos la tarde juntos. Me contó los acontecimientos ocurridos en ese tiempo y fuimos a su casa. Me dejó todos los apuntes y en a penas una semana ya había conseguido ponerme al día en todos los aspectos, colegio, amigos, amores.. todo. Todo parecía ser normal otra vez, aunque el vacío de mis padres jamás faltaba en mi corazón.
La tranquilidad no duró demasiado, cuando solo llevaba unas semanas más o menos en mi pueblo, mi abuela calló muy enferma, se quedó paralizada de cintura para bajo y eso fue lo que dio más problemas ya que mi casa era de dos plantas y las habitaciones estaban arriba.
Tuvimos a mi abuela durmiendo en el salón pero las condiciones no eran muy buenas y el médico recomendó que volvieran a su antigua casa.
Yo entendía la situación pero no estaba dispuesta ha irme de nuevo y volver a dejarla. Ella me había esperado una vez, lo había pasada mal y no quería que volver a pasar por lo mismo.
Las cosas empeoraron y no tuve más remedio que volver a marchar, pero esta vez fue distinto. Dado que al saberlo, corrí a casa de ella y pasé toda la tarde a su lado, le expliqué todo y, con mucho dolor, lo comprendió. Cuando acabó nuestro tiempo para estar juntos en ese último día, cuando ya me disponía a marcharme, me dijo que me esperara un momento, subió a su casa y bajó con algo en la mano. Era la pulsera que tantas veces había intentado que me dejara y jamás lo permitió porque, por alguna razón que yo no conocía, tenía un valor incalculable para ella.
-Jamás te la había dejado, sabes lo importante que es para  mí y que jamás se la daría a nadie, pero haré una excepción, no sé cuando te volveré a ver pero quiero que durante este tiempo la cuides muchísimo y que me prometas que volverás.
-La cuidaré muchísimo, eso no lo dudes, pero no puedo prometerte que volveré puedo prometerte que lo intentaré pero no que volveré, no me gusta hacer promesas que no tengo seguro que puedo cumplir.
Se hizo un largo silencio como el del día que volví.
Dos o tres minutos después me marché.
A la mañana siguiente ya estaba en casa de mis abuelos y la tristeza me invadía más que  la primera vez y hasta el día de hoy sigo en el mismo sitio y mis abuelos ya fallecieron. Mi abuela al poco tiempo de mudarnos y mi abuelo hará más o menos un año.
Ahora vivo solo y sigo deseando volver a verla y teniendo su pulsera guardada como el más preciado de mis tesoros y os preguntareis qué hago aquí escribiendo esto en vez de ir a buscarla de inmediato, pero no todo es tan fácil. Hace tres semanas que empecé a trabajar, no gano demasiado, pero con lo que cobre la semana que viene, en acabar el mes, me iré a verla.