Acepté el trabajo, pensando que sería algo muy agradable que haría con total simpatía. La gente acudía sin cesar y parecía que todo iba muy bien. El café a las cuatro de la tarde, la hora en la que estaba establecida la lectura y el debate, día a día, se hallaba lleno. Venía gente de todas edades e incluso empezaron a pedir nuevos horarios, ya que la gente que trabajaba no podía asistir.
Tras dos o tres meses desde el comienzo de esta gran aventura, decidimos abrir un nuevo horario y cambiar un poco la forma de trabajar. En un principio las lecturas eran a nivel general, para todo aquel que quisiera escuchar, sin diferenciar entre edades, pero con el nuevo cambio decidimos que se harían lecturas más adaptadas para niños y otras de nivel más avanzado para adultos. Tanto en unas como en otras, como en las que seguían siendo más o menos adaptadas para todos, podía entrar todo aquel que tuviera interés, no se prohibía la entrada a nadie, pero pensé que de esta manera los debates podrían estar más amoldados a las personas.
La gente venía sin cesar, el éxito obtenido era increíble y por primera vez en mi vida, me sentía con ilusión y con ganas de vivir. Un día, tras la lectura y el debate de las nueve de la noche, una mujer me pidió si podía hablar conmigo un momento y yo, pensando que era alguna duda personal sobre el debate de hoy, acepté sin problemas. La mujer pasó cerca de veinte minutos contándome las cosas que le estaban sucediendo y buscando en mí una contestación y solución a sus problemas y aunque ese no era mi trabajo, la ayudé encantada e incluso quedamos al día siguiente para poder hablar más tranquilamente ya que a esa hora, las ganas de irnos a casa superaban a las de solucionar los problemas.
La tarde siguiente, hablando con esa chica, ésta hizo gran hincapié en meterse en temas más personales, pero cuando me dí cuenta, ella me estaba contando la vida de otras personas. Este dato empezó a molestarme. Había pasado mi vida, hasta ese momento, totalmente fuera de la sociedad y aún me costaba entender que la gente cotilleara así sobre la vida de los demás, ya fueran familiares, amigos vecinos... No la interrumpí, pero cuando acabó de hablar le expliqué, que yo estaba encantada de hablar con ella y de intentar ayudarla, pero solo hablando de ella, no quería meterme en temas que no nos involucraran a ella y a mí.
Pronto se corrió la voz de que había estado ayudando a esta muchacha y poco a poco, sobretodo las mujeres aunque también algunos hombres, empezaron a acudir sin cesar, después de los debates, a buscar consejo en mí. Al principio no me molestó, pero poco a poco pude observar como mi vida se iba llenando de vidas ajenas.
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