miércoles, 30 de enero de 2013

Vidas ajenas. (Parte 4)

Mi vida iba cambiando y cada vez estaba menos centrada en ella, aunque no me daba cuenta. Los ratos libres en los que estaba en casa me los pasaba pensando en lo que me había dicho éste y lo que me había dicho aquel.

La sociedad me repugnaba y agobiaba. Esta nueva ocupación se estaba apoderando de mí, de mi vida, la cual había empezado a vivir en sociedad hacía relativamente poco tiempo. Al principio de mi salto a la calle, no conseguía entender porque no había querido salir en tanto tiempo, pero al empezar a escuchar a los demás me dí cuenta de por qué era. No me gustaba el consumismo que había inculcado en las personas, no me gustaban los chismorreos, ni las fiestas, no me gustaba el ambiente, me desagradaba todo lo que giraba en torno a esta población.

Los días se fueron apagando, las vidas ajenas inundaron mi vida, sola, triste, con miles de historias de otras personas rondando por mi cabeza, pasee por las calles de una maravillosa ciudad. Observando cada uno de mis pasos y también los de los demás, analizando cada cosa con total cautela y dedicación, admirando cada detalle y dándome cuenta de que jamás había vivido plenamente mi vida desde que decidí salir de casa, sino, todo lo contrario, había decidido vivir por los demás.

Las horas pasaron lentas aquella noche. No dejé de caminar. Recorrí sentada frente al mar toda mi vida en imágenes formadas de recuerdos. Lloré cada lágrima que un día había decidido encerrar en mi interior. Reí cada instante que en su momento olvidé reír y sobretodo reflexioné. Reflexioné acerca de esas personas que en mi habían depositado su confianza y tras mucho pensar llegué a la conclusión, tal vez un poco egoísta, de que todo iba a acabar, que ya no quería seguir por ese camino, que aquello que en un principio fue mi mayor sueño, se había convertido en mi peor pesadilla y había olvidado por completo quién era.

Anduve hasta la estación y espere el primer tren. Él decidió dónde iba a empezar de nuevo mi camino y tomé la decisión de que de ahí en adelante me dejaría en manos del destino, si es que existe.

lunes, 14 de enero de 2013

Vidas ajenas. (parte 3)

Acepté el trabajo, pensando que sería algo muy agradable que haría con total simpatía. La gente acudía sin cesar y parecía que todo iba muy bien. El café a las cuatro de la tarde, la hora en la que estaba establecida la lectura y el debate, día a día, se hallaba lleno. Venía gente de todas edades e incluso empezaron a pedir nuevos horarios, ya que la gente que trabajaba no podía asistir.

Tras dos o tres meses desde el comienzo de esta gran aventura, decidimos abrir un nuevo horario y cambiar un poco la forma de trabajar. En un principio las lecturas eran a nivel general, para todo aquel que quisiera escuchar, sin diferenciar entre edades, pero con el nuevo cambio decidimos que se harían lecturas más adaptadas para niños y otras de nivel más avanzado para adultos. Tanto en unas como en otras, como en las que seguían siendo más o menos adaptadas para todos, podía entrar todo aquel que tuviera interés, no se prohibía la entrada a nadie, pero pensé que de esta manera los debates podrían estar más amoldados a las personas.

La gente venía sin cesar, el éxito obtenido era increíble y por primera vez en mi vida, me sentía con ilusión y con ganas de vivir. Un día, tras la lectura y el debate de las nueve de la noche, una mujer me pidió si podía hablar conmigo un momento y yo, pensando que era alguna duda personal sobre el debate de hoy, acepté sin problemas. La mujer pasó cerca de veinte minutos contándome las cosas que le estaban sucediendo y buscando en mí una contestación y solución a sus problemas y aunque ese no era mi trabajo, la ayudé encantada e incluso quedamos al día siguiente para poder hablar más tranquilamente ya que a esa hora, las ganas de irnos a casa superaban a las de solucionar los problemas.

La tarde siguiente, hablando con esa chica, ésta hizo gran hincapié en meterse en temas más personales, pero cuando me dí cuenta, ella me estaba contando la vida de otras personas. Este dato empezó a molestarme. Había pasado mi vida, hasta ese momento, totalmente fuera de la sociedad y aún me costaba entender que la gente cotilleara así sobre la vida de los demás, ya fueran familiares, amigos vecinos... No la interrumpí, pero cuando acabó de hablar le expliqué, que yo estaba encantada de hablar con ella y de intentar ayudarla, pero solo hablando de ella, no quería meterme en temas que no nos involucraran a ella y a mí.

Pronto se corrió la voz de que había estado ayudando a esta muchacha y poco a poco, sobretodo las mujeres aunque también algunos hombres, empezaron a acudir sin cesar, después de los debates, a buscar consejo en mí. Al principio no me molestó, pero poco a poco pude observar como mi vida se iba llenando de vidas ajenas.

lunes, 7 de enero de 2013

Vidas Ajenas (parte 2)

Con el paso de los días y los paseos por las calles, por los barrios y lugares donde la gente "normal" pasaba los días, fui encontrando a gente y aunque fue poca la que me reconoció, poco a poco, se fue corriendo la voz de mi vuelta a la vida.

Empecé a quedar con la gente, empecé a hablar, a contar lo que había aprendido e incluso me propuse encontrar un trabajo cara el público. La verdad, es que no me sentía del todo cómoda con gente a mi alrededor pero, poder ayudar y sobretodo poder transmitir mis conocimientos, de una forma alternativa, a todo aquel dispuesto a escucharme.

Pasé unos cuantos días con una vieja compañera de clase, Indira, que se prestó a ponerme al día sobre la actualidad con respecto a todos los ámbitos que podían despertar mi interés y tal cómo me sucedía  con el resto de personas, al final, era yo quien acababa contando algo que había leído por ahí o citando a algunos de mis autores favoritos. Un día, unas semanas después de estos días con Indira, ésta me llamó diciéndome que tenía una urgencia que me reuniera con ella en el menor tiempo posible en el café de toda la vida.

En sólo cinco minutos  me presenté en la puerta del café, Indira me esperaba en la puerta, ansiosa y con una sonrisa de oreja a oreja, junto a la dueña del local. Me la presentó y me dijo que me habían llamado porque hablando de mí, se les ocurrió la idea de hacer, dentro del mismo café, jornadas culturales para ofrecer a todo el mundo la cultura que cada vez se alejaba más de la educación de la escuela. En un principio no entendí porque me estaban contando a mí esto, ni porque me llamaban con tanta urgencia, pero unos minutos más tarde me estaban ofreciendo, el que creí que sería un sueño hecho realidad. Pero, en muchas ocasiones, la realidad supera la perfección de los sueños.