Aquella nueva vida, llena de cambios y alteraciones llegó a resultarme molesta en muchas ocasiones. Añoraba la tranquilidad de aquella sorprendente mujer, con la que viví los primeros meses de mi estancia fuera de casa.
Todas las noches solíamos escaparnos de casa e irnos por ahí a pasar un rato con los amigos. Había un chico que desde el primer momento llamó mi atención, pero no le dí ninguna importancia, aunque siempre he sido una chica bastante obsesiva en estos temas y cuando alguien se me mete entre ceja y ceja siempre acabo optando por intentarlo, con él fue distinto y lo dejé estar y seguí con la rutina diaria.
Hará un mes, ese chico me sorprendió. La verdad es que nunca habíamos hablado demasiado. Simplemente salíamos en el mismo grupo y nos veíamos a menudo. Una noche, lluviosa y un poco rara, parece que el destino, o lo que rija este mundo, decidió cambiar los papeles. Ese muchacho decidió que era hora de no perder más el tiempo, a penas quedaban dos semanas para que mi vida allí acabara y volviera a mi país con la gente de toda la vida, me apartó de la muchedumbre donde nos encontrábamos y con una excusa barata se me aproximó. Yo no entendía bien qué estaba sucediendo, no entendía que pretendía diciéndome todas aquellas preciosas cosas, cosas en las que yo no creía, cosas que jamás me habían dicho, cosas increíble. Supo ganarme, supo cautivarme y como buena adolescente me dejé llevar por el sentimiento de tranquilidad que se siente cuando alguien está a tu lado, estuvimos horas y horas hablando aquella noche, de echo nunca llegué a casa ese día. Las horas pasaron entre palabras caricias y besos, sin necesidad de nada más que estar el uno al lado del otro.
A la mañana siguiente, cuándo llegué a casa me tumbé un rato a descansar y a reflexionar todo lo que había sucedido aquella noche. Él quería algo más que una simple noche bonita y divertida, él quería algo más serio, yo sin embargo moría de miedo por dentro. Ese chico era estupendo, de eso no tenía duda, pero no sabía si yo sería capaz de tener una relación de nuevo, pues las anteriores no habían resultado demasiado buenas. Aquella misma tarde volvimos a estar juntos y entre más abrazos, besos, palabras y caricias decidí que sí quería intentarlo. Intentar aquello que para mí era una completa locura.
Él era algo mayor que yo, era una persona muy cariñosa y al parecer también romántica, todo lo contrario que yo, persona de poco contacto y que no creía para nada en aquello que llamaban amor y a la que no le gustaba el romanticismo. Los días fueron sucediendo con normalidad, aunque cada día, al caer la noche, tenía mi espacio reservado para él, un espacio para los dos. Lo que jamás creí que haría, estaba dispuesta a hacer por él. Me apetecía vivir aquellas sensaciones que hacía tanto tiempo que no sentía, sensaciones que siempre he cualificado como "sensaciones adolescentes" ya que pienso que esas cosas solo se sienten cuando nos encontramos en esta etapa de nuestra vida.
Ahora, después de tanto cambio, sigo manteniendo mi ilusión de vivir mis sueños. Por el momento, sigo en este paraíso, cumpliendo el sueño de toda mi vida, mi sueño. Y ahora, ahora que soy capaz de decir que me siento bien, soy capaz de dedicarme a otro tipo de sueños, sueños que calificaría como pequeños placeres de la vida, sueños que no son más que esperanzas que te hacen sentir que de verdad esta vida merece la pena y me he dado cuenta de que lo más grande, lo más imposible y a veces lo que más deseamos, no tiene porque ser lo más satisfactorio.
Sé que esto son pensamientos de adolescente confusa y enloquecida, pero ahora uno de los mayores placeres que encuentro en esta vida, es vivir cada noche ese instante junto a él. Nuestro instante.
Y algo que jamás seré capaz de dejar de apreciar y de disfrutar también, son los instantes con la anciana que me rescató de las calles de esta ciudad en mi llegada, aquella mujer a la que jamás he dejado de visitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario